“¡Sí, oraré por ti!”
El poder de la intercesión. Un miembro de la familia pide nuestra oración y la damos. Un extraño suplica nuestra oración y lo prometemos. Sí, el acto mismo de recibir la intención se convierte en una oración en sí misma, es nuestro abrazo sincero a la otra persona que eleva su necesidad al Padre. Estas oraciones son escuchadas y son preciosas para el Corazón de Jesús y su Madre María. Todavía hay una oración que a veces permanece silenciosa en nuestros labios.
“Nunca podremos conocernos a nosotros mismos a menos que busquemos conocer a Dios” (Santa Teresa de Ávila)
¿Cuándo fue la ultima vez que rezamos por la gracia de conocer a Dios? ¿Cuándo le pedimos a Dios por última vez la gracia de ver como Él nos ve, de tener un corazón como el suyo? Cuanto más nos acercamos a Él, mayor es nuestra capacidad de aceptar todas las intenciones que se nos presenten, tanto de las almas del purgatorio como de la gente de la tierra, no solo las que se nos piden o las que podemos comprender, sino toda oración. Con todo corazon se pueden ofrecer sinceramente al Padre. Fuimos llamados a ser co-redentores con Cristo. Esto significa que compartimos su ofrenda y tenemos la capacidad de salvar almas con él. Podemos hacer esto conociéndolo y buscando conocer su voluntad. El mismo acto de vivir en conformidad con él permite que nuestra oración por los demás produzca mucho fruto. Conocer el verdadero Él + conocer el verdadero nosotros = conocer su voluntad. Esto cambia todo.
Parece que cuanto más conocemos a Dios, más nos conocemos a nosotros mismos y esta puede ser la razón por la que muchos optan por no entrar en el misterio del Padre. Es un viaje espantoso cuando las capas de nuestro ser son eliminadas y lo que queda se expone. Comenzamos a ver cada uno de nuestros pecados, nuestro alejamiento de gracia y nuestra falta de virtud. Duele. Vemos cuánto más podríamos haberlo amado a él y a todos los demás a quienes pretendemos “amar”. Este momento de oración se vuelve egoísta, con buen sentido. Nuestra atención, aunque solo sea por un momento en el tiempo, se vuelve completamente envuelta en una autodeclaración revelada de misericordia. No estamos elevando las intenciones del mundo, estamos inclinados con los brazos extendidos, elevando nuestro corazón al cielo. La humildad y el acto meritorio trae una proclamación de nuestra dependencia de la Gracia. Sí, somos intercesores pero sin una relación con Aquel que recibe nuestras peticiones, ¿cómo podemos aprender a amarnos tal como somos, y cómo podemos sinceramente acercar a otros a Dios?
Al darnos cuenta de nuestra necesidad de un cambio sagrado, llega el comienzo de la poda de la vida que nos prepara para convertirnos en un vaso de oración. Un solo recipiente en las manos de Dios puede traer salvación a cientos de almas. Una ofrenda de nuestra vida se convierte en un levantamiento simultáneo del alma de otra persona. Nos salvamos al salvar a otros.
Sí, el solo acto de querer conocer a Dios se convierte en una oración en sí misma, la elevación de nuestro corazón a Dios también se convierte en elevación y salvación del alma de otra persona.